lunes, 28 de enero de 2013

Ser o no ser un decadentista.

Tener 17 años y amar la sangre, las navajas, el dolor. Escuchar Nightwish, Opeth o The sins of my beloved. Escribir poemas, historias y al rededor de 150 páginas de una novela de vampiros, ahora inconclusa, fue el preámbulo para que conociera a grandes escritores como Edgar Allan Poe, quien, remontándome a sus seguidores, me llevó al siglo XIX, y así conocer el gran movimiento francés afín al  Romanticismo,  (recordemos que el Romanticismo es Alemán) ese engendro monstruoso llamado: Decadentismo y a su heredero maldito: el Simbolismo.

Un siglo XIX en un París azotado por las guerras y la inconformidad que dio vida a numerosos artistas que plasmaban, sobretodo en su obra pictórica y literaria, las dolorosas miserias de una sociedad perdida, un monstruoso sentimiento de nostalgia y de pérdida, de dolor y de ira, de asco y repudio. Así conocí a los más grandes, a enormísimos escritores como Baudelaire, Wilde, Verlaine, Quiroga, Rimbaud y todo el clan de poetas malditos, herederos, predecesores, etc.

¡Qué nombre! Po-e-tas-mal-di-tos. Pareciera imposible mezclar la palabra poesía -que remite a la perfección de un ritmo con la belleza de las palabras-, y la palabra maldito, -un conjuro perverso, podrido denigrante e infecto. Obviamente me enamoré.

El domingo fui a ver una exposición de impresionistas, (medio contemporáneos a los simbolistas) y me trasladé unos 9 años atrás, a esa juventud intelectualmente intensa y desesperada por beber de la copa amarga de las coplas con aroma a opio de Baudelaire. Recordé y me autoanalicé, vi que este sentimiento que cargo de no pertenecer a esta sociedad hueca y asquerosamente superficial fue el mismo sentir que tuvo Toulouse Lautrec o Gauguin, este último tan perdido en una sociedad decadente que, si bien no adelantado a su época, tuvo la sensación y el valor de alejarse hacia un primitivismo social, viviendo con lo básico y pintando.. Y se fue a Haití.

Mi plan era irme a Querétaro, sin sobrepoblación, aburrido, pero con mayor calidad de vida, tranquilo y sobrio y yo me dedicaría a escribir todo el día. Me sentí una decadentista. Comprendí que ellos quisieran haber vivido otra época, quizá en la mía, y que hoy  yo preferiría vivir en la de ellos, quizá sin saber que era igual o peor, y así alguien del futuro querrá haber vivido en la mía. Como trama de las novelas de Nabokov.

Y sólo me queda seguir soñando, como ellos, seguir escribiendo y pensar todo el día en cadáveres y muerte, en cinismo y tragedia. A ser feliz con la amargura del mundo. La amargura de nunca estar conforme, porque la conformidad es la peor manera de morir.