jueves, 4 de diciembre de 2008

Las golondrinas que de aqui ...

Desde la semana pasada han pasado muchas cosas en la escuela, principalmente porque las clases formales han culminado y ahora se abre paso a una nueva generación de egresados que vagarán por las calles de la ciudad de México.

Y distinguiéndome por ser una persona rara, ya no digamos una chica rara, la verdad es que no he sentido nada, no me siento morir por terminar este ciclo, no siento que se me parte el alma por dejar de ver a las personas que quiero, las que me hicieron comprender un nuevo panorama, ni el lugar que me alojó desde mis 18 hasta mis 22 años. No me duele.

Alguien me dijo que quizá sea porque ese trance de abandono pasa sólo una vez en la vida y aunque yo no esté del todo de acuerdo, quizá tenga razón.

Y aunque me autoproclame una Grinch de graduación y que no ponga nicks como: “lo mejor de la carrera fueron ustedes”, “el principio del fin” (me purga esa expresión, es de lo más naca, trillada y vacía que ash!, pensar que esos son los egresados!), etc; hoy si sentí un pequeño vuelco en mi corazón al entregar mi último trabajo “oficial”, pues tuvo el idílico detalle de ser, en esencia, como aquellos trabajos que seguramente no olvidaremos; esos donde te desvelaste, fuiste a mil lados de la ciudad, donde no sabías que iba a pasar a 10 minutos de entrar a la clase porque el compañero no llegaba, dónde tuviste que improvisar el equipo de proyección, en dónde hacías miles de llamadas para asegurarte que todo estuviera en orden, para ver cómo fluctuaban las cosas, un trabajo que a pesar de todo fue elogiado, y cumplió valerosamente su cometido con un 10.

Eso si movió mis sentimientos de piedra congelada y recubierta de acero. Fue encantador que el “último” trabajo fuera tan representativo, tan simbólico (literal y figuradamente), tan wow!, jajaja.

No sé si llore un mar de lágrimas en la fiesta y en los viajes, quizá me faltó involucrarme más con la gente, quizá no hice ningún amigo indispensable, ni siquiera fue una etapa inolvidable, llevarme lo bueno no basta para borrar lo desagradable, a pesar de ello, como dice el dicho “de lo bueno poco” y yo me voy con un "muy poco" que vale oro.